Sara Ces

Sara Ces (León, España, 1991) es graduada en Trabajo Social y actualmente reside en Granada. Su obra artística, que fusiona su compromiso social con su profunda pasión por las artes, abarca las disciplinas de la actuación, la dramaturgia y la dirección. Su enfoque poético se caracteriza por la búsqueda constante de nuevas formas de expresión y reflexión. Es autora de La grieta del árbol, dramaturgia publicada en el segundo número de la revista literaria Ceniza (marzo 2025). Actualmente, dirige un proyecto de arte textil y se encuentra trabajando en la adaptación audiovisual de una de sus obras teatrales, continuando su exploración creativa en distintos formatos.
Escribir para mí es dejarme vomitar, soltar el nudo, hacerme preguntas, dar voz, darme voz y seguir haciéndome preguntas.
BARQUITA DORADA DE CUENTOS
Le diría que ese día
me ayudó al destierro
de aquel palacio
con muros de libros,
dondenocabíaunalfiler.
Donde el ritual era irme,
despertarme.
Irme.
Eso fue lo que pasó.
Desperté al lado
de quien guardaba silencio,
mientras me retorcía de miedo.
¿Os podéis creer que volví?
Volví.
Volví.
Volví.
A la celda sin llave,
sintiéndome culpable
por haberme convertido en bicho bola
y convivir con la humedad
de sus paredes escarchadas,
de su mirada negra.
Donde todo lo que no era ÉL
era inferior.
Yo, que me quemé para calentarle.
Cuando pasas tanto tiempo bajo tierra,
se te olvida quitártela de los ojos.
Porque no puedes,
porque no llegas,
porque no puedes.
Era inferior.
Le diría que fue testigo
de cómo salí corriendo
a buscar el río,
de cómo esa noche el cielo
se volvió verde
y ella, hueso.
Que pedí ayuda
en su reflejo,
que busqué hueco entre los bancos del río,
pero yo, dentro del agua, no sé gritar.
Que su silencio se me posaba en la ropa,
que sangré todos los posos
y sus besos.
Como cuando pegan a alguien,
se hace corrillo,
y todos quietos,
nadie,
nada.
Y otra vez el bicho bola.
Llegó el árbol.
Árbol altivo,
[o lo que yo creí que era árbol.]
Y me nubló con su humo,
con su sonrisa piraña,
con su tela de seda.
Pero yo, dentro del agua, no sé gritar.
Aquel árbol,
[o lo que creí que era árbol]
se movió del suelo.
Nunca vi un árbol moverse
con tanta fuerza.
Nunca pensé que costase tan poco
arrancarse las raíces
sin sentir nada,
incluso con pose descansada.
Aquel árbol de abrigo largo,
que mientras yo cavaba mi cuna,
[o lo que creí que era árbol]
desapareció.
Árbol que mata la vida,
árbol veneno.
Desapareció esa noche
en la que tú,
luna fría,
me espiabas
por la mirilla más grande
del mundo.
Amarga y cruel serpiente.
Faro,
alúmbrame esta vez.
Bruja,
radiante.
Me vuelvo atleta para alcanzarte.
Barquita dorada de cuentos,
cuna de nidos,
alambre.
Gracias por el destierro,
de aquella habitación/barracón,
de tal frío en la carne
que los poros se quedaban muertos,
como los cuerpos de aquellos libros,
de aquellas guerras,
todo allí: restos.
No quiero tu sombra
árbol sin agua.
Aparta,
que quitas el sol a mi jardín
donde sobran
alfileres
y alfombras.
Aparta,
que ahora soy escorpión.
VERDE VIDRIO
Anhelo hacer de una botella de cristal mi hogar,
en la trasparencia frágil de paredes curvas,
donde la puerta sea ventana de corcho.
Y allí flotar,
y allí ser nada,
acorde con mis llagas,
acorde con mi tiempo,
que no es este.
EL SALTO
Cuándo bajo la guardia,
vuelve.
Sin cambios,
para que le reconozca bien.
A veces,
retorcido camaleón.
Pero yo, adiestrada
le distingo.
Como cuando sueñas con alguien
con rostro distinto
pero sabes quien es,
y aunque tenga otra cara,
otra voz,
o sea animal,
sabes quién es
debajo de todo ese disfraz onírico.
Ese día sabía que eras tú,
aunque te escondieras
detrás de esa bola gris
que llevo atragantada en mi tripa.
Escribí un poemario
con toda la tierra de mis ojos.
O eso pensaba.
Porque mis ojos siguen cavando
en alguna parte del bosque
de este cuento de lobos.
Y vuelve sin cambios.
La misma cara de muerte,
el mismo olor
a lugar abandonado,
donde algún borracho se mea encima.
No bajar nunca la guardia.
Escalofríos en la nuca,
de dormir con un ojo abierto
detrás del fuerte,
porque tu no lo eres.
Yo no lo soy.
Amanecer encima de la mesa
como una pantera.
Con las diez uñas clavadas como anzuelos
para no caer al sometimiento de ser escombro.
Yo no lo soy.
Preparada para el salto,
sin piscina,
ni agua,
ni silbato que avise.
LUZ DIVINA
No todo fueron confetis,
no creas.
Que la nostalgia a veces juega
malas pasadas
y nos hace recordar un tacto de terciopelo
cuándo más bien era garfio
retorciendo las cuerdas vocales.
Pero
la foto del jardín…
esa foto.
Me conecta con el A M O R.
Lágrimas en mayúsculas.
Amor MAYÚSCULO.
Dolor de niña
atado a tus ojeras
de vieja.
Tus ojos no olvidan tus años quieta,
en esa cama
que te acorraló como un torero
lleno de brillos
mientras a ti se te caía la baba.
Sin más público que tus lágrimas.
No todo fueron confetis
para ti tampoco.
Mujer,
anciana,
muerta.
De la casa,
del campo,
de todos menos de ti.
Como Dios manda.
Estoy segura de que tus últimos pensamientos
fueron para él.
Para el TODOPODEROSO
Mayúsculo,
en mayúsculas.
Ese a quien rezabas,
al que debías tu penitencia.
Templo de tus rodillas.
Te pasaste la vida cuidando.
Mujer.
Del Cállate y silencio,
del eterno sufrimiento.
Mujer de todos, menos de ti.
Solo viste lo feo del mundo,
y te entiendo.
Pero tantas piedras en los zapatos
terminan por amputarte las ganas de correr.
A ti, que solo te hacía reír
hacer trampas al Monopoly.
¿Cómo pudo Dios olvidarte con ese nombre?
EL ÚLTIMO BAILE
Mamá,
que me sacó el corazón por los ojos,
y me lo enseñó.
Ya no latía.
Paco de Lucía sonaba.
Yo bailaba,
él mentía.
Yo bailaba,
él mentía.
Yo bailaba.