Reflejos
Pedro Diez Cocero

Pedro no nació «a los dos días de edad», que decía Gloria Fuertes; nada más llegar ya tenía prisa por vivirse. Fue un 20 de julio de 1992, en Valladolid. La vida quiso que estudiara Ingeniería Aeronáutica en la Universidad Politécnica de Madrid, más por querer demostrar que es ingenioso que por querer ser ingeniero.
Tras dejar Madrid, ha acumulado nueve años de experiencia como extranjero profesional entre Mánchester, Utrecht y Ámsterdam. Su carrera ha estado dedicada al desarrollo de software para diseñar edificios, barcos, aviones y otros imposibles, hasta que se cansó de hacer posibles cosas que, tal y como está el mundo, es mejor que no lo sean. Su experiencia literaria no es más que la de devorar a Gloria Fuertes y otros amigos de papel.
En ellos encontró un diccionario de sentimientos con el que, cuando le fue imprescindible, se arrancó a escribirse de dentro a fuera. En 2024 publica Reflejos con Olé Libros, una colección de poemas cortos, porque «a buen encendedor pocas palabras prenden».
Reflejos
Pedro Diez Cocero

Reflejos es el primer poemario de Pedro Diez Cocero y nos devuelve la imagen que el autor ve en el espejo después de, como dice en la introducción, “arrancarse a una persona queridísima”. A través de 102 poemas, se desgrana el viaje de una ruptura dolorosa, el desencuentro con uno mismo, la aceptación de no estar bien, el enfrentamiento con un nuevo país dentro de su propio país y, finalmente, el cierre de heridas, dejando que “ese libro sin marcapáginas” se cierre por sí solo.
En este poemario, bañado en la “corriente corrientita” de Gloria Fuertes, Pedro se apoya en la metáfora de los reflejos para plasmar sentimientos, renunciando a la perfección y aceptando que “sus peores peores poemas también son suyos, porque sus Pedros también le pertenecen”. Estos reflejos no son más que las luces que a veces hay que detenerse a mirar en los charcos, cuando todo lo que queda en nuestra ciudad —interior— es lluvia.
Reflejos es un viaje honesto y valiente en el que se reflexiona sobre las complejidades de la vida, las emociones y las relaciones. A través de una estructura fragmentada y minimalista, emergen temas universales como la pérdida, el amor, la soledad, el perdón, el miedo, el paso del tiempo, el deseo de soltar lo que duele y la constante búsqueda de sentido en medio del caos y la rutina diaria. Cada poema es un destello de pensamiento, una instantánea emocional que invita a la introspección.
El poemario transita por diversas preocupaciones existenciales: la voz poética explora la propia esencia, las contradicciones, los miedos y los deseos. Hay un diálogo constante entre el autor y su entorno, en el que se revela una búsqueda de autenticidad. El amor, en todas sus formas, se presenta como refugio, como herida y, finalmente, como aprendizaje. Muchos poemas reflejan el esfuerzo por dejar ir aquello que ya no sirve, ya sea una etapa, un sentimiento o un miedo. Este desapego no está exento de dolor, pero siempre apunta hacia el crecimiento personal.
El tono fluctúa entre la melancolía, la ironía y una cierta serenidad filosófica. Aunque la tristeza y el desencanto predominan en muchos momentos, hay destellos de humor y ternura que equilibran la intensidad emocional, abarcando la complejidad de la experiencia humana. El poemario construye una serie de pensamientos o microhistorias que dialogan entre sí. Cada poema es autónomo, pero al mismo tiempo complementa a los otros, formando un mosaico de reflexiones.
La brevedad y concisión de muchos textos intensifican su impacto —“hago poemas cortos porque a buen encendedor pocas palabras prenden”—, mientras que el uso de pausas, guiones, repeticiones y preguntas retóricas otorga un ritmo natural, casi conversacional. El poemario está plagado de símbolos y metáforas que, lejos de ser crípticos, se nutren de lo cotidiano y lo cercano para aludir a lo universal.
Reflejos mezcla vulnerabilidad y valentía. Pedro habla de sus heridas sin miedo, pero también con ironía, como queriendo reírse un poco del dolor para que no pese tanto. Es un recordatorio de que incluso en nuestras contradicciones hay algo que vale la pena conservar. No intenta resolverlo todo ni busca respuestas definitivas; más bien, deja espacio para el caos, la incertidumbre y las preguntas sin respuesta. Eso, lejos de debilitar los poemas, los fortalece, porque reflejan la vida tal como es: compleja, agridulce, hermosa en su imperfección.
El lenguaje confesional de los poemas no solo conecta con el lector, sino que también lo invita a participar. No son textos cerrados ni concluyentes, sino puertas entreabiertas por donde el lector puede asomarse y encontrar sus propias respuestas. No buscan explicar ni convencer, sino simplemente mostrar, compartir algo íntimo y verdadero, y eso es lo que los hace tan poderosos.
En conjunto, el poemario es una invitación a mirar hacia adentro, a reconocer tanto las luces como las sombras de nuestra experiencia. La voz poética no busca respuestas absolutas ni consuelo fácil; en cambio, abraza la incertidumbre y la fragilidad como partes esenciales de la vida. Este equilibrio entre la vulnerabilidad y la resiliencia convierte Reflejos en una obra conmovedora, cercana y profundamente honesta.
Cada uno de estos versos encierra una verdad profunda: que las contradicciones no son un defecto, sino el corazón mismo de lo humano. Que la sinceridad y la vulnerabilidad no nos hacen más débiles, sino más completos. Y que en el caos y en el dolor hay belleza, porque nos enseñan a recomponernos y a crecer.
Poemas
11 |
Ayer fui a cortarme un pelo.
Hoy he ido a cortarme otro.
Los cambios, de uno en uno,
que para no cortarse un pelo
ya están los calvos.
48 |
Las casas, como las personas,
dejan ver a través de las ventanas
las cosas que se pueden ver.
La mierda está cuidadosamente escondida
en cajones cuidadosamente elegidos
y debajo de la alfombra
cuidadosamente desatendida.
Así no está a la vista
ni para los de fuera
ni para los de dentro.
Unos saben que está ahí,
otros solo lo sospechan.
Los dos hacen como que no.
49 |
Hay cosas, como sangrar,
que no se hacen ni bien ni mal,
sino como a uno le sale
—literalmente—.
Luego te ven y te dicen:
¡¿Pero no ves cómo lo has puesto
todo de rojo?!
Perdón,
por sangrar.
50 |
Hay abrazos,
y abrazos en los que te detienes
a contar costillas,
y lo único que importa es
que hagan lo mismo contigo.
93 |
La confusión de los turistas en la lluvia.
Vacaciones traicionadas.
La resignación de los locales
y el disfrute de unos pocos atrevidos
que desafían el convenio de lo que es frustrante.