EL LOBO ESTEPARIO
de Hermann Hesse
Pablo Andrés Rial

¿Quién encuentra sobre las bases de la existencia un lugar donde las cosas no se resbalen y caigan? ¿Quién, temeroso, ansiando la cama, se esconde debajo de las sábanas perturbado por el afuera insoportable? ¿Quién no se siente en la apesadumbrada soledad?
Recuerdo, entrando en mi adultez —e incluso muchos años antes también—, cuestionarme estas preguntas y muchas otras más, que giraban en torno a un tema central: la angustia. La pesada angustia, en el amplio sentido de la palabra, que lo abarca absolutamente todo, por estar en un cuerpo y verme obligado a andar con él, entre los tortuosos pensamientos persistentes e intermitentes y aquello que lo alimenta de desesperanza: la sociedad hipócrita, frívola e individual en la que se convive. Sin embargo, hay un dejo de sosiego y rescate que resulta inteligible si se escarba con ganas.

Fue en la misma época, cuando estos interrogantes me sacudieron la psique, en la que encontré un libro narrado en forma de novela, que me hizo dar cuenta de que yo no era demasiado especial, sino que compartía mis inquietudes y esa sensación de incompletitud con todos los mortales, muchos de ellos sin alardear de tales condiciones, optando por un silencio que únicamente poseen los que se resignan.

La novela del escritor alemán Hermann Hesse (1877–1962) trata de estas cuestiones. El lobo estepario es el reflejo de una persona sensible, que promedia unos cincuenta años. Se encuentra en permanente búsqueda de sentido, y se muestra reticente a las convenciones impuestas por el mundo burgués. Intenta contrarrestar la desidia que le corre por las venas de sus años embarcada por su propia locura.
El salir de la enfermedad del conflicto y encontrar un oasis de tranquilidad es lo que bien podría llamarse libertad. Es lo que cualquier lobo estepario querría.