Un hueco para la luz
Noelia Toribio

Noelia Toribio (1993, Valladolid), graduada en Periodismo por la Universidad de Valladolid. Ha cursado estudios de Dirección Escénica y Dramaturgia en la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León. Es colaboradora de la Revista Atticus. En 2020 publica Píldoras de Cuarentena (ACEN) y en 2024 Un hueco para la luz, Accésit Premio de Poesía David González. En 2021 coescribe En bucle (Rayuela Producciones Teatrales), Premio a Mejor Espectáculo de Sala de la 24ª Feria de Teatro de Castilla y León, y en 2022 estrena Un Rostro con La Nave del Teatro Calderón de Valladolid. Otros reconocimientos: Primer Premio del VIII Certamen Cuentos Bólido, Primer Premio del Certamen Jóvenes Poetas de El Norte de Castilla o Primer Premio del XXX Certamen Nacional Calamonte Joven en la categoría de textos teatrales.
UN HUECO PARA LA LUZ
Buscar Un hueco para la luz implica hacerse una grieta que resquebraje las tinieblas, tomar consciencia de la propia existencia en el Universo y de nuestra futilidad.

Noelia Toribio es la niña que enjuicia en paso del tiempo y las novedades que acarrea. Entiende la edad adulta como pérdida, no como meta o premio. Ante ello, el ser y el formar parte de un sistema. Volver a la inercia del pulso por el pulso o crecer buscando el propio camino y la fuente de conocimiento, aunque eso depare el dolor al saberse polvo de estrellas.
Este poemario fue galardonado con el Accésit del Premio de Poesía David González 2024, impulsado por la editorial Páramo.
POEMAS DE UN HUECO PARA LA LUZ
El nombre
Antes de nacer
todos previvimos en un nombre
asignado por la dictadura
de otra lengua.
En el lado opuesto
a la oscuridad originaria
donde me inicio partícula,
aquellos que me esperan
hablan de mí
o practican el juego del oráculo
para vaticinar mi futuro.
Aún no existo
y ya cargo con la expectativa
de la que seré
sobre esta tierra.
Virginia
Camino
sin saber el rumbo,
camino y me desgasto
como si cientos de piedras
me arrastraran desde el estómago
por un campo en flor muerta.
La lengua llena de polvo, y camino.
En la dirección de todos los éxodos
camino, pero no escapo.
Soy paria en mi propia boca.
Si la abro, me escupo.
Si la cierro, me intoxico.
Camino, ya sé adónde.
Busco una casa como el río Ouse
Ya no soy un buen lugar para mí.
El paso de mi tiempo
Como el viento inclina
la rectitud del árbol más alto
aún sin fuerza suficiente para romperlo,
así, madre, dobla tu columna
el peso de los años.
El peso que al punto quiebra ya
la madera que dio luz a tu primera astilla.
¿Cómo puede la vida
desgastarse tan de golpe?
Tú que eres igual a ella cuando yo era niña,
yo que soy igual a ti cuando tú
tenías las flores maduras en el pecho
y me dabas a beber el tibio pulso
que en silencio las lunas te va secando.
Madre, a veces me llaman por tu nombre
y sin saber por qué, respondo.
Madre, es en la erosión de tu carne
donde advierto el paso de mi tiempo.
El gesto
Es un gesto. Nada más.
Un movimiento vertical de globos oculares
que apenas se percibe,
y por eso mismo es más difícil realizar.
Un gesto, solamente, en ascenso,
para arrancarte la mala costumbre del suelo
y abrir la posibilidad de bautizar luz
a aquello que hasta ahora veías
tan diminuto, tan tímido, tan oscuro,
tan crecido del polvo.
La niña
Aún no sé quién soy,
pero lo sé un poco más que ayer,
y así será cada día, acepto por fin.
Es en el juego donde los niños se descubren,
como kamikazes ante lo desconocido
que al paso del tiempo se olvidan de volar.
Por eso crecer, pienso ahora,
es en gran parte retornar a la niña
que se asomaba al precipicio
con la curiosidad suicida de los pájaros.
Y poco a poco, pierdo el miedo,
aprendo a convivir con la que no conozco.
Disfruto saltando al vacío.
Es ahí, recuerdo, donde se hizo
en el principio la luz.