Ficciones

de Jorge Luis Borges
por Luz López

«Ficciones» De Jorge Luis Borges

Hablar de Borges es muy complicado. Mucho menos hablar de su escritura, etérea, mística, brillante. Sería como los pájaros tirándoles a las escopetas. Sería un ataque directo, aunque poco eficaz, incluso si lo que se dice es bueno, de una hormiga contra un titán. El problema es que su dialéctica raya con lo celestial, y las pruebas están expuestas a carne viva en cada uno de los cuentos de Ficciones. No es si no escoger y concentrarse en una línea de este libro, cualquiera, para ver la riqueza de su contenido, para admirarse con cada una de las palabras escogidas para formar aquella frase, para deleitarse examinando el orden de aquellas palabras, y por último, para fundirse en unas historias de tiempos paralelos e infinitos, donde lo que comienza y lo que termina no es ni siquiera lo que parece ni al principio ni al final.

A Borges lo conoce todo el mundo, y por eso se cae en la falacia de pensar que sus historias pueden ser leídas con una sutil ligereza. Nada más errado. Un libro de Borges es como el final de un camino que ya ha pasado, y ha parado varias veces, en otros puntos, como la literatura, la historia, la filosofía, la espiritualidad. Es nuestra relación personal con estas ramas humanísticas las que nos van a decir si vamos a disfrutar de sus libros, o no. En mi caso personal sentí como divagaba, y hasta me ahogaba, en aquellas palabras sublimes. No fue si no cuando decidí leer el libro sin prisas, y cuantas veces fuera necesario, que entendí su sentido, que pude asomarme a aquella mente única y erudita, de la cual ya se hace imposible volver a despegarse.

Dicen que El Jardín de los Senderos que se Bifurcan es su mejor cuento, y ciertamente es suntuoso, aunque no podría dejar los otros cuentos en una categoría diferente que igual o mejor. Personalmente disfruté de la capacidad de los personajes de auto examinarse en circunstancias a todas luces desfavorables. Es ahí cuando la mayoría se dan cuenta de que su papel en el funcionamiento del universo es ínfimo, cuando a la vez se iluminan al acceder a aquel conocimiento vasto que les da el salirse de sus propias creencias y expectativas para ver sus vidas en un contexto más amplio y que antes era inalcanzable.

Volvamos al El Jardín de los Senderos que se Bifurcan. Su personaje sabe que va a morir. Es un espía, un traidor. A su caza está un agente inglés desesperado por recuperarse de su reputación de tibio. No lo asalta ningún remordimiento o tristeza, si no la angustia de no haber cumplido con su último deber. Se aprovecha de unos minutos en la tardanza del agente inglés para cazarlo, y por casualidades llega a una casa con un jardín intrincado. Aquel encuentro con Albert (quien abre la puerta), lo conecta con su propia historia y con el misticismo de su existencia. Aunque en principio parece persuadido por las evidencias, al final decide definirse por su aspecto más humano y vil, haciéndonos encarar un final desgarrador y de todas las opciones infinitas el peor. Luego esta Funes el Memorioso, “quien no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, si no cada una de las veces que la había percibido o imaginado” y La Forma de la Espada, que me sacó una sonrisa a pesar de la tragedia, puesto que ni por mucho que hubiera imaginado mil finales hubiera caído con el que me encontré; o El Milagro Secreto, en el que el mundo se paraliza un año entero, justo cuando sucedía la ejecución del personaje, debido a una particular petición a Dios.

A Borges lo conocía y lo conozco poco, algo que me avergüenza y a la vez me obsesiona. Lo vi en aquella entrevista de 1977 que de él hizo William F. Buckley para Firing Line. Me causó estupor que fuera ciego. Tal vez fue esto lo que le desarrolló sus sentidos místicos y literarios de manera ilimitada e infinita, quién sabe. Su hablar era dulce, y sus comentarios, a pesar de ser fuertes, no acarreaban intención alguna de poder, vanidad o maldad. Habló de otros autores que conocía de forma personal, o profesional. Dijo cosas importantes. Encontraba el español limitado, especialmente en referencia al inglés. Dijo también que nunca leía autores contemporáneos, pues solo podía aprenderse algo de aquellos que ya se habían ido. Habló de Julio Cortázar, de Gabriel García Márquez, entre otros. Y enseñó, con todo lo que dijo, enseñó. Y como él decía, hay que seguir leyendo a los que ya se han ido. Como él, que ya se fue. Hay que seguir leyéndolo a él.