Ángel Manuel
Chavarría López
Ángel Manuel Chavarría López es un escritor nacido en 1996, en Madrid. Desde adolescente, a los 15 años encontró su amor por la poesía a raíz de un trabajo escolar, a partir del cual le comenzó a dedicar tiempo a la poesía. Actualmente, tras haber estado aprendiendo de muchos escritores canarios muy buenos, ha publicado los poemarios La Trilogía de la Rosa (Asylum, Huesos y Rosas, y Espejos), el libro de microrrelatos Ritos, Sacrificios y Orgasmos, y continua con la tetralogía de En Tierras Baldías, habiendo publicado los 2 primeros títulos: Gothica, y Principia. Ha publicado los poemarios sueltos El Bufón y su Maldición; Besos de invierno; y recientemente, Poemas a Natalia.
Tiempos
El ayer que ya fue, ha sido,
entre las tantas turbulencias
propicias que hoy hacen de presente.
Dentro ante la simpleza
de que fueses o fueras
incógnita pasada,
tórnase como si el girasol a Apolo
hubiese o hubiera sido
en variable a despejar
a un pretérito temporal futuro:
la probabilidad de un fueres
o hubieres sido,
como parpadeo entre sístole
y diástole,
cada suspiro de mi corazón.
Nada de seelo,
pues todo imperativo desconoce
mi amor.
Los mismos de siempre
Siempre quise creer una mentira,
la esperanzada inocencia del niño
al cual le arrebatan también el caramelo.
Mirar hacia atrás es dar cuenta
del pienso con el que te ceban años:
nadie se come las estrellas
salvo que sean homeopáticas.
Los mismos de siempre manipulando
premios para una puta que coloquen
en la posición de salida
días antes de promocionar la carrera,
y así quiebran las ilusiones
como quien siega
la buena hierba para mantener la mala,
desperdiciando los lingotes
que con suerte acaben en manos de buen pobre.
De blanca suerte
Con todo lo que ha nevado hoy,
al pueblo le devora el desencanto,
bostezan y desperezan los árboles
huérfanos de la verde vida,
y se desligan los remaches
que la madre clava sobre la puerta
en un cartel que dice
se busca primavera.
La mía blanca suerte
que por los mullidos caminos
mis huellas no se queden,
que el frío envenene el escote
libre con su mirada fija
a mi desnuda risa
en la madrugada sobre la cama.
Ángeles que se estrellan en el suelo
sobre el mismo metro cuadrado
donde te tropezaste
y te subrogaste al lucero,
alba de mi ventana.
Qué mala pata
ser un maldito pájaro
cantor
si no puedes reconocerme
cuando me acerco a tus oídos
entre la vespertina y la nocturna
discusión del mismo calvario,
encoñado con arroparte
tras curarnos bajo la colcha,
y no poder por ser de etéreo
ronquido el son con el que amarte.
Desfile de cometas
Desfile de cometas / a eso de medianoche,
dos pájaros fantasmas / vagan sobre mi espalda
séquitos taciturnos / de estrechos horizontes,
de amarantas caricias / al fin de la batalla.
Un destino cruel / el fulgor de la estela
que cayendo se cruza / con supurante herida,
espectral danzarín / de arañada sentencia.
Pierde su condición / de vivo en medrosía.
Ahora vagabundo / algún otro arañazo
cometa, busca tierra / con algún otro fin;
que se engarce en la espalda / y la boca haga un pacto
con corazón amante. / ¡Anquilósame a ti,
de nuevo entre tus piernas, / déjame otra vez alas
para vedado espíritu / el mío!, siempre terco
en ser libre, y besa / los daños que la cama
hunde bajo sus plumas. / Quiéreme así de nuevo.
Fantasmas
Leer y escribir
son peligrosas lecciones
para mí, que rumio
mucho los recuerdos;
evoco a los espíritus de latón
que el tiempo ha oxidado,
y les devuelvo su exótica apariencia.
Fantasmas que acojo
en la luz de mis tinieblas,
y ellos me regalan
el nada baladí sentimiento
que la soledad les acompaña.
Hasta el final del día
El final del día se apaga
con la última luz por el horizonte,
quebrada en el ciclópeo ojo
del puente de las siete mellizas miradas.
¿Qué consiguen mis libros, mi Natalia,
si no puedo compartir el último ocaso
con nadie más que no sea yo mismo?
¿Tan repulsa es la tinta,
o quizá sea el mensaje,
que a quien todo le dedico
debe pagar el diezmo
con la sobriedad de la soledad a mares?