Abimael Flores

Abimael Flores (Veracruz, México. 1996) es abogado, poeta y diseñador. Autor de los poemarios Diferentes rostros para un espejo (2018), Una pequeña muerte (2022) publicados por Alcorce Ediciones, y coautor de la antología Un latente hallazgo publicada en 2021 por Valparaíso Ediciones


Poemas del libro «Una Pequeña Muerte»

TODO LO QUE CONOZCO DE CRISTO

Todo lo que conozco de Cristo
es amor y dolor.
Ella me tenía a sus pies
y, por eso, se dedicó a masticar
mis entrañas.
Siempre supe que cada beso
auguraba una traición,
y aun así, partí el pan
y bebí el vino,
ingenuo, llevé el corazón
hasta el calvario.

EL TIEMPO, NO LO CURA TODO

Esta herida que ni el tiempo pudo curar,
derrama versos;
vestigios de dolor en los que, todavía,
tu nombre, lo es todo.

Poemas del libro “El Lamento”

AMOR DE UNA NOCHE

Amor de una noche que desciendes
como el arcángel en la visión luminosa de la agonía.
Amor de una noche que con tus yemas tersas escribes
en mi piel los versos pardos de los poetas muertos.
Amor de una noche, pequeña felina
que con tus diminutos colmillos arrancas mi piel.
Yo, tu víctima. Yo, tu presa. Enemigo y compañero
que rueda contigo en el lecho menguante de la luna.
Amor de una noche que desboca los ríos
divinos en la fecunda oscuridad. Dos cuerpos
que se pierden en el infinito trance de la caricia
cantan al unísono las líneas de los amartelados.

PLEGARIA

Una plegaria
asomó entre mis labios:
Tú, mi esperanza.

«V» (de mi poema el lamento)

La tierra que vio llegar la suela de Cortés y que libró
incansables batallas, venciendo una y otra vez
¿Será acaso ficción de los ancianos? Estamos alejados
de ese mundo y la nueva paz parece una eterna guerra.
No hay treguas, ni victorias, solo humillaciones.
Los campos del Sur y del Centro donde crecieron
cañaverales y maizales bajo la mano de Dios
se convirtieron en invernadero de restos inocentes,
sembradíos naturales, sustituidos con la carne
de hermanos y hermanas. Tláloc, vencido, reemplazado
por la mano demoníaca que riega las nuevas plantaciones
con la corriente de la vida. Desesperados los inocentes
se amontonan en las avenidas heroicas del pasado,
y entre sus tugurios buscan amantes que desaparezcan
la pena y el dolor: el libertinaje como único consuelo
para anestesiar el dolor de esta dulce tierra profanada.
¿Existirá un mejor mundo, un mundo nuevo?
Ardiente calor de Tenochtitlán, gigante espiritual,
fuerza invisible que viste el surgir el ascenso, la caída
y el nuevo mundo, tú, que has visto un sinfín
de atrocidades ¡ya no calles! Escribimos en las corrientes
del aire un poema de amor y descontento,
una hoja de hierro que atraviese el alma de los infames.
Tus solemnes ojos vieron nacer a los hijos de la poesía,
pero ahora tu mirada vidriosa y cansada solo alcanza
a ver al monstruo que devora piel, al hombre y su mano
de hierro y a los repulsivos seres que arrancan de raíz
las rosas del jardín. Gigante, ya no duermas más,
no te olvides de tus hijas, guerreras que caminan
el frente de la batalla, alumbrándonos con el fulgor
morado de la justicia. No hay nada que las pueda detener,
han roto sus cadenas cual simples hilos del pasado.
No te preocupes por el ángel ni por el hemiciclo,
ni por Diana, ni mucho menos por Cuauhtémoc,
mejor clama por la vida y por la rectitud. Seamos los dioses
buenos y vulnerables que siempre hemos imaginado.
No olvides, tú que duermes,
la plegaria que incendia los puntos cardinales.

MÁRTIR

Me duele tu ausencia,
madero en el que me dejaste clavado,
y aun así te busco en la zarza donde ya no ardes.
Me alcanzaron tus plagas desnudo y pusilánime.
Te oigo, pero ya no te veo Ahora solo eres
el murmullo que trae el viento, el recuerdo
de un vino cananeo, un fantasma en Getsemaní.
Ya no eres más carne de mi carne ni sangre de mi sangre.
Salgo de mi barca y agarro tu mano en la tormenta.
En medio del mar me sueltas.
Me aferro al pasado. Me hundo y me dueles
en el tumulto de la hora pico, en el sueño inconciliable.
Mientras voy cantando con Esteban,
una lluvia de rocas adorna mi piel. Te busco inútilmente.
¿Acaso es una prueba? Bordeo Damasco, y no estás.
Ingenuamente sigo creyendo en ti. Lavo mis heridas,
y al amanecer te ofrezco mis primeros sollozos.
Fiel, aquí, aguardo tu regreso.
Mi dogma, tu figura. Tu desdén, mi flaqueada fe.
Menguo para que renazca tu amor y una razón nueva,
pero solo se agiganta la visión amarga de tu adiós.
Apaciento en tus lirios. Mi corazón tiene sed de ti,
como devoto afanado ciegamente por su dios.
Mi cuerpo gime por ti como el ciego de Betesda
gemía por un milagro. Sin señales y sin prodigios,
con incauta ilusión, atravieso de rodillas
el desierto de tu indiferencia. Peregrino sin esperanzas
en busca de un destello de tu amor.
Crucifijo de cristal, rosario hecho de arena,
en tu altar desbordo mis sollozos, y te busco en el cielo.